miércoles, 21 de febrero de 2007

El reloj


La persistencia de la memoria (Dalí 1931)

Emma vio el reloj de la pared y se preguntó que tenía dentro. Descolgó con cuidado el artefacto y lo puso sobre la mesa que había sido de su abuelo. Recordó al abuelo: Sus grandes gafas, sus grandes manos, su cabello negro, su inconmensurable tamaño; su manera de caminar deambulando en la biblioteca que había rescatado de las llamas el día en que Ezequiel de la Villota y Burbano había ingresado a su casa, la vieja casa que ocupaba una cuadra entera de la ciudad y que fue incendiada por una muchedumbre dominada por el falso clérigo que lo había acusado de ser masón (Nada más falso).

El reloj era antiguo, el péndulo se detuvo y su sonido también. Emma acarició la mesa y suspiró. Siguió recordando al abuelo: Cuando ella era niña solía sostenerla mientras alcanzaba un libro del tope del anaquel, luego la bajaba, la sentaba en sus piernas y leía un poco junto a ella. Recordó entonces la historia de la desnaturalizada madre que había asesinado a su hijo por no tener que darle de comer, aquella madre que lloró una laguna junto al cadáver, laguna de la que saltaron peces pidiendo a gritos ser comidos. Emma rió: Su hijo había rechazado el almuerzo porque no gustaba del pescado. Vio la gata amarilla reposando quieta en la ventana, parecía estar muerta.

Emma desbarató el reloj pieza por pieza, engrane por engrane, tornillo por tornillo, parte por parte. Retiró una pequeñísima tapa y encontró en el resquicio último del reloj a un pequeño ser formado por alambres de cobre y aros de plata. El ser levantó la cabeza: -¡Ah! Eras tú- dijo.. Emma inmóvil y aterrorizada vio como el ser tomó un diminuto martillo, golpeó un trozo de metal una y otra vez mientras el tiempo se chorreaba en el espacio nuevamente: La gata amarilla maulló, saltó y salió huyendo del cuarto.

Banda sonora