lunes, 26 de marzo de 2007

El día que sea rey, serás la primera persona en el paredón.


Los fusilamientos del tres de Mayo. Goya.

Ahí está: Este hombre en el patíbulo somos todos los hombres en el último instante de la vida. Ese día estaremos frente al pelotón recordando el fantástico día en que conocimos el hielo o el fuego, lo mismo da, abriendo los brazos implorando por un día más. El día en que uno o dos se tapan el rostro para no ver nuestra muerte, el día en que los caídos nos recibirán en el suelo con los ojos cerrados, el día en que los que levantan las armas saldrán a tomar café en la esquina mientras cierran el negocio de la próxima víctima porque el dinero de la anterior ya está en sus bolsillos.



La ejecución de Maximiliano. Edouard Manet


Ahí están: La multitud, los uniformes, las armas, la colina, los árboles y yo, solo. También está la bala que me matará.

¿La puedes ves?

Quod scripsi, scripsi.

Como no puedo ir, les envío esta banda sustituta.




Todo comienza así: Un leve sonido, un susurro tenue y corto -“We came in”- da paso a un sorprendente juego de guitarra, bajo, sintetizador y batería, al que se le suman sonidos de ambiente. Se perfila entonces la canción que da la bienvenida rimbombante al álbum musical que sale a la luz en el año de gracia de 1979, instrumentada por la banda cuyo nombre es la combinación de los apellidos de dos músicos de “blues”, hijo de la desesperación de un huérfano de la guerra ¿Debería ir al espectáculo?.

Se dice que esta pieza maestra del rock surgió como una idea de aquel huérfano que vino hace poco a Colombia. Cansado de la rutina de ser una estrella rutilante del proscenio rock, deseó separar al público de sus conciertos con una pared para que no le molestasen mientras junto a la banda articulaba las canciones compuestas en su “desesperación taciturna”. Allan Poe razona, en alguno de sus cuentos, que la secuencia por la cual se llega de una idea a otra está llena de vericuetos; pues bien, la idea de separar los músicos del público se convirtió en aquella gran colección de canciones que versan de la sobreprotección materna; de la guerra; de las putas; del consumismo; del desamor; del aislamiento; del gobierno; de la educación; entre otras cosas, pero sobre todo de la guerra que nos separa.

Todo termina así: Después de un juicio, en el que el juez “caga” al acusado, los niños juegan con los escombros del muro que construyó Don Roger Waters, Esq. a quien, como dice la vetusta canción, maldita sea mi suerte, no pude ver.

Quod scripsi, scripsi.

martes, 20 de marzo de 2007

Toco Tu Boca

Para poner a errar a don Renato Arturo, le pongo su frrragmento de poesía erótica javorito, leído por su mismísimo autor, don Julito Florencio Cortázar, el hombre del gran tamaño y las erres francesas, como se notarán en el cursísimo video que acompañará al frrragmento....Capítulo 7 de Rayuela, la obra magna de don Julio, el hincha de Banfield, contado por él mismo:

Toco tu boca

Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Magister dixit.

jueves, 1 de marzo de 2007

El episodio del enemigo

Para hacer errar a Don Diego, suerte de pereza, suerte de sorpresa, habré de copiar íntegramente dos contenidos enfrentados. El vídeo se inspira en el texto y el texto es de don Jorge Luis Borges.



Episodio del enemigo
Jorge Luis Borges


Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un torpe bastón que en viejas manos no podía ser un arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón que no volví ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.
Me incliné sobre él para que me oyera.
—Uno cree que los años pasan para uno —le dije— pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.
Me dijo entonces con voz firme:
—Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora mi merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:
—Es verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.
—Precisamente porque ya no soy aquel niño —me replicó— tengo que matarlo. No se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
—Puedo hacer una cosa —le contesté.
—¿Cuál? —me preguntó
—Despertarme.
Y así lo hice.

Banda sonora